domingo, 22 de diciembre de 2013

Espiral - Parte 3


El más pequeño tenía los ojitos cálidos, pícaros y traviesos, podía quedarme observándolo pero siempre a una distancia moderada, era impredecible y reaccionaba ante cualquier ruido, se exaltaba y quería salir huyendo de donde estaba, reaccionaba violentamente, el ruido podía hacer que enloqueciera y no lo supimos hasta la mañana del sábado en el que el sonido estruendoso de las botellas al impactarse entre sí le alborotaron cada célula del cuerpo, golpeó a mi hermano mayor y escapó corriendo, no lo volvimos a ver hasta el anochecer, lo encontramos abandonado en un lugar distante, yacía en la oscuridad bajo la sombra de un poste de alumbrado público, enormemente asustado, sentí su cuerpo temblar cuando lo toque suavemente con las yemas de los dedos, esquivó la mirada una y otra vez, rechazaba cualquier manifestación de cariño, entonces lo abracé fuertemente y papá nos ayudó a tranquilizarlo, lo llevamos a casa y lo alimentamos, antes de irnos para dejarlo descansar lo acaricié una vez más, entonces sentí su corazón latiendo rápidamente, aún ardía el pánico en su interior, pero nosotros sólo lo lastimábamos más estando ahí junto a él, necesitaba curarse, asimilar lo acontecido y volver a respirar con tranquilidad.


Fue uno de esos momentos que se quedan grabados en el corazón, estaba llorando por dentro y pude sentirlo, lloraba de miedo y de culpa, lloraba como un bebé desprotegido, lloraba como solamente pueden llorar algunos seres bendecidos por Dios.



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