jueves, 24 de febrero de 2011

No es un delito estar enfermo



Mientras esperamos al alcalde, ella me cuenta que tiene el colesterol elevado, despacito, para que no la escuchen, y añade que su hermana también padece la misma "enfermedad" ... dirige la mirada hacia abajo (lo piensa un poco) levanta la cabeza con miedo, me observa para pedirme luego que me acerque y me grita en el oído que lo que en verdad tiene es diabetes, seguido a ello sus facciones reflejan un sentimiento de culpa
y tal pareciese que suplica perdón en cada parpadeo ....


¿Cómo?, ¿Cuándo? y ¿Donde?; no me corresponde decírselos porque si bien no me lo ha prohibido su voz pausada y el tono que empleó en ese momento, cantan por si solos, entonces seguimos conversando como dos grandes amigas (en voz baja) y me dice que está dispuesta a luchar porque tiene el amor de los suyos y fuerzas para levantarse.



* * *

Pero esto era solo el inicio de lo que me faltaba por confirmar ese día, si bien Dora estaba enferma, eso no la convertía en alguien indiferente al dolor ajeno, mejor aún la hacia mucho más bondadosa y caritativa.

La razón por la cual ambas nos hallábamos esa mañana paradas en las escalinatas durante horas, es la siguiente:

Marina, encontró a Dora, por azares del destino, que a pesar de tantas atrocidades a veces suele ser benevolente, estaba la primera llorando en el parque con un bebé en la espalda y dos hijas al lado suyo.

Esta tenía las mejillas enrojecidas, el cabello estropeado, los ojos hundidos , algunos golpes en el cuerpo, y tanto dolor arrastrado le habían arrebatado la mayoría de palabras.

Dora al principio no le dio importancia, tres horas después cuando volvió de cenar en el restaurant de siempre, la mujer seguía en el mismo lugar, presa de la misma situación pero con los ojos más destrozados. Se acercó a ella, y empezó a hacerle varias preguntas ... pero no respondía; yacía en el fango de un colapso emocional, solo atinaba a llorar y balbucear palabras incoherentes.

Asustadiza como siempre, Dora decidió llamar a su hermana para que la ayudase, dicho y hecho, apareció en un lapso breve, ambas hicieron malabares para que la mujer hablase y como se esforzaron tanto ... esta finalmente les contó la razón de sus dolores:

Dijo llamarse Marina y que vivía con su esposo y cuatro hijas, trabajaban todos, excepto el bebé en las chacras de la selva, plantando café y cogiéndolo, no ganaban mucho pero si lo suficiente para comer y vestirse, todo iba bien hasta que un día el esposo, un hombre trabajador y honrado, se enfermó extrañamente, al grado de no soportar alimento alguno, después de tres meses de agonía, lo mandaron a Lima y en el hospital los médicos le comunicaron que no se recuperaría porque el no comer durante tanto tiempo generó una anemia severa en su organismo, y solo le quedaban algunos meses de vida.

Sucedió lo previsto, murió el esposo dejando en el abandono a cuatro criaturas,
pero lo peor ocurriría después ...

Los rumores no tardaron, las personas que vivían en casas aledañas a la de Marina, empezaron a crear "hipótesis" de la razón exacta de la muerte de este hombre y en lugar de apoyarla, ninguno quería acercarse a la familia de esta.

Pero la gota que derramó el vaso, fue cuando los niños empezaron a asistir nuevamente a la escuela:

- En el salón de clases, una compañera le gritó a la hija menor que tenía SIDA y que su padre murió por eso.

La niña llegó llorando a casa, y le contó a su madre lo acontecido, esta a pesar de no terminar la primaria, conocía sobre la enfermedad, debido a que durante la estancia en la ciudad capital, le practicaron a su esposo una PRUEBA DE ELISA, para descartar lo más obvio.

Indignada fue donde la madre de la menor, para pedirle explicaciones del por qué su hija humilló de esta forma a la suya, terrible error el que cometió porque solo recibió malos tratos y amenazas.

Tres días después, cuando Marina volvía de trabajar en dirección a casa, tres mujeres la esperaron (la mamá de la niña y dos vecinas suyas), la primera le arrojó una piedra en el rostro, y las mujeres se abalanzaron sobre ella para golpearla, en los brazos, en las piernas, en la cabeza, en el rostro
... hasta dejarla en el piso inconsciente
sin importarles,
que el bebé se encontraba sobre la espalda de su madre,
cuando la atacaron salvajemente.

Una semana después, ya recuperada, Marina y su hijas fueron expulsadas del lugar donde vivían, quemaron su casa, y la arrojaron al viento ... gracias a un complot bien trabajado, simplemente porque les "jodía" tener que contagiarse lentamente con solo respirar el mismo aire y compartir el suelo, con las "apestosas".


El alcalde nos atendió con amabilidad, le explicamos lo sucedido y nos tendió los billetes necesarios para que Marina viaje al lugar a donde la madre de su esposo llevó a dos de sus hijas, Dora y yo sonreímos con alivio, no podrá borrar las heridas causadas de una forma injusta y vergonzosa, pero por lo menos podrá volar tras sus polluelos para construir una nueva historia en un espacio y tiempo distinto al que le tocó combatir.

Marina, su esposo y sus niñas ... no tenían VIH ni SIDA, y así lo tuviesen está claro que no merecían ser marginados, escupidos o señalados con repugnancia.

Este fue el primer caso social que me asignaron desde que empecé a trabajar en radio como reportera, y debo reconocer que me agrada, son muchos los casos que se nos presentan día a día y no somos magos o hadas para solucionar problemas ; pero por lo menos saciamos un poco el coraje, la impotencia y el abandono ....