domingo, 22 de enero de 2012

Luces del demonio *




Debajo de sus polleras, rozando sus gastadas ojotas, se esconde la magia sublime de la lucha diaria, el vaivén de polvo y paja que agrietan sus manos encallecidas, arden y a veces lloran; se tizna las mejillas con el hollín negro amargo que sus ideas, canta para no sentir frío y para darle alegría a sus santos, pero en el fondo no sabe porqué lo hace, tampoco le interesa averiguarlo.

Esta lloviendo, suspira, las lágrimas corren y la atrapan, canta con más énfasis para poder oírse oír su voz y recordar que existe, se tiende de bruces cerca al fogón, necesita un poco de calor, unos gramos de fuego que derritan la imagen congelada en su cabeza.  Alguien se aproxima a la puerta, puede sentir su aura, hace mucho que nadie la visita, frunce las tripas y grita:

- ¡Fuera, fuera, fuera!, 
llora con desesperación, pena en su canto se dibuja, es su niña otra vez, pero no puede ser su niña, porque ya no está más, cree en la vida después de la muerte, pero no que los muertos puedan vivir estando muertos, siente el desliz de un líquido frío sobre su pecho y vuelve en sí, se le ha derramado el aguardiente, se lo había prometido durante el funeral pero su adicción era aún mayor, su sed de licor no había sido saciado y prefería morirse en vida para no volver a contemplar la imagen en su cabeza, nadie lo creería pero esa noche su niña si estaba ahí,regresó sólo para llevársela, para cuidarla aún más allá de la muerte.

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Yacía extendida en el suelo, de lado a lado, zapatillas blancas le adornaban los sueños, prendas de colores vivos le encomendaban su alma a Dios, y los cánticos más tristes del mundo eran suyos, la enaltecían, la elevaban al podio que la pobreza le había arrebatado en vida, formaba parte del rompecabezas de injusticias jamás entendidas. Días antes en la escuela, el profesor de turno la felicitó por su hazaña, la de los signos "<>" y sonrío con dulzura, la aplaudieron todos con algarabía, él la abrazó y ella no dejó de sonreír, no volvió más, su imagen también se quedó congelada en la cabeza de él, y en la de todos, no volvió más, pero reinó su recuerdo hasta el último día de clases.

Junto a ella, era velado también la única persona que la vio partir, compartían las voces agoniosas, las velas ardientes, el dolor atrapado en la garganta, los elogios, el color blanco, la inocencia. Tenía dos años menos o dos años más, habían compartido en vida y habían compartido la muerte, ambos cortados con la misma tijera, quizás acurrucados, esperando a que llegase el momento, o quizás luchando por librarse de su mala suerte; pero permanecían juntos hasta el momento de la asunción al la inmensidad de los cielos.

. . .


Llovía, llovía desde hace mucho y llovería hasta siempre,
la lluvia que les daba de comer, también les daba de sufrir,
lluvia de mierda que brota de la nada,
nube serrana que se mea cuando le da la gana,
caía entonces cuando uno estaba en el campo, padeciendo, esperando a que anocheciera para volver a casa y tener un poco de vida, caía y te empapaba los jirones de la piel, te hacía trizas mientras caminabas, sin piedad, con infinito odio, como si fueses una alimaña, te golpeaba hasta sangrar para luego largarse hasta quién sabe cuando, te enseñaba la vida a punta de latigazos.


Bueno hubiese sido si la lluvia viniese sola y no cargada con maldiciones,el frío es algo que cuerpo soporta, te curte con el paso del tiempo, te aprieta pero no ahorca, pero la electricidad que trae consigo, de esa misma que a muchos maravilla, brotan luces del demonio, paridas por la naturaleza para recordarnos quién manda, y nos sangren los ojos.


 . . .


El cielo oscuro anunciaba la llegada de una tormenta, hacía viento, correteaban sin miedo alguno, en que lugar uno se puede sentir más seguro, si no es en la casa, una pelota de trapo disminuía los minutos de soledad, un poco de maíz saciaba el hambre de abandono, transcurrían los minutos como todas las tardes. Empezó a llover, llovía con la misma crudeza de siempre, decidieron cobijarse bajo las tejas viejas que tenían como estandarte una cruz de metal, con dibujos de animales en colores, preciosa, pero completamente inutilizada.


Un hilo de luz se desprendió del cielo, atravesó la cruz y vino a parar a la punta de sus cabellos, de arriba hacia abajo, diseminando el coraje sobre sus cuerpos frágiles, les perforó una a una las células del cuerpo; se llevó consigo piel, inocencia, años de vida, esperanzas, ilusiones, sueños; para luego regresar de un brinco a sus dominios.
. . .



El olor se siente a kilómetros de distancia, se manifiesta luego el temblor al inhalarlo, es carne tierna, y es carne humana, los cuerpos hechos cenizas se evaporan entre la tristeza, se ha formado un rió con velas encendidas, las lágrimas se pierden con tanto dolor remojado en alcohol, la expresión en los rostros de los vivos parecen ser perpetuos, el sonido de las campanas de la iglesia le dan el toque satánico, quienes formaron parte de esa noche de duelo, no lo olvidarán jamás, aún entre rosas y jazmines, sentirán el penetrante olor de la muerte, encontrarán en sus sueños los alaridos de los cánticos de despedida, cuando vean una tormenta de aquellas, se les quemará un poco de piel, les dará un calambre al corazón y morirán para resucitar después con sabor a fuego, y la imagen congelada en la cabeza.

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