miércoles, 3 de febrero de 2010

MAESTRA ANDINA

Fea era Olinda, pero tenía los ojos dulces, maternales, que los niños sentían que nacían en ellos. Cantaba y los pequeños danzaban alrededor suyo, crecían libres las almas de los estos, como crecen las flores cuando garúa en los campos.

Pertenecían al aire libre, amando al sol, al aire y la lluvia, a las plantas, a los pájaros y a la tierra. Sol, aire y amor formaban parte inseparable de la escuela del pueblo. Amor debería ser toda la infancia, y solo si los niños creciesen y se educasen con amor la educación sería distinta. Cuando la maestra hablaba del cielo, era solo para hacer poesía, la tierra era su preocupación cardinal, discernía sobre cuidar a las flores y proteger a los animales. Olinda tan dulce tranquila y buena, demasiado buena era una verdadera mujer; los niños siempre estaban pendientes de lo que decía, tanto cuando les hablaba de la composición de una flor, de Túpac Amaru, Garcilazo Inca, Pumacahua, Huamán Poma de ayala y la infinidad de mártires que protegieron nuestro Perú de la invasión Española.

En la huerta era una madre escarbando la tierra con sus pollitos para poner una semilla y después de algún tiempo ver crecer dar frutos y comer. Ya que lo que Olinda tenía bien en claro era que no existe una mejor manera de enseñar que con el ejemplo. Los niños trabajaban desarrollando sus facultades mentales dentro de su triste realidad. Es solo en la realidad y en la colectividad como los niños se aman y se comprenden mejor.

Cuando alguien preguntaba a los niños porque preferían quedarse hasta altas horas de la tarde en la escuelita al aire libre, ellos corrían y se abrazaban de la maestra; mirando al imprudente interlocutor con alegría limpia que se retrataba en sus ojitos profundamente negros y vivos, como queriendo decir: “Nuestros mejores amigos son nuestra querida maestra y el campo”. Luego la maestra les pasaba la mano por sus cabecitas, suave y dulcemente como si hubieran salido de su vientre. Aún viniendo las madres a recogerlos, no quieren abandonarme; prefieren trabajar conmigo, decía orgullosa Olinda. Las maestras son las verdaderas madres de los niños, cuando tienen conciencia de la misión que tienen destinado a cumplir. Al mismo tiempo la verdadera madre tiene que ser maestra porque el niño antes de hacerse hombre lleva de ella sus pasiones, sus ejemplos, sus enseñanzas. Porque el niño ausculta en ella no solo las miradas, sino hasta los latidos de su corazón. Y solo queriéndose, identificándose, sumergiéndose en el alma de los niños puede la maestra, la madre, hacer de ellos hombres para la patria y para el mundo, hombres de bien. Y para que eso suceda y los niños crezcan buenos, limpios de corazón. La vida de los padres y de los maestros debe ser un espejo donde se reflejen las cándidas imágenes de sus niños.

"Olinda era la flor exótica de los Andes"

Las maestras que el estado paga, son moralmente estúpidas (con el debido respeto a las que no lo son). Y las madres, “las verdaderas” no son las que tienen hijos sino las que hacen de ellos hombres. El hombre no debe ser un animal débil y perverso que acorrala con su individualismo a los demás, sino el fuerte y bueno que engrandece la sociedad.

¿De donde vino Olinda? Así como algunas flores crecen en el cielo, esta mujer nacida en una sociedad malévola, escapó para plantar la semilla de una nueva vida en el corazón del país. Y escogió a los más puros e indefensos: los hijos de los campesinos. Los blancos ya están podridos, sus hijos siempre llevan la mancha y hieren con sus padres. Solo los que sufren pueden ser grandes y progresistas. Pero esta escuela: no pudo durar.

Como concebir la idea tan ilusa de que los invasores pudieran permitir semejante ensayo en sus propios dominios, a fin de año el jurado examinador, compuesto por el juez de paz, el cura, el gobernador y el hacendado mayor acordó la defunción de la escuela.

El cura preguntó a un niño:

-Dios que todo lo ve y lo puede, ante la muerte de un rico y de un pobre, ¿A quién elige llevárselo a su lado?

- Al padrón, señor contestó asustado el niño.

- No, es al pobre.(objetó furioso)
Por eso no hay que ambicionar jamás riquezas en la tierra, ni tener envidia de los poderosos. Los pobres nacen para trabajar la tierra, pero van al cielo a estar a lado de Nuestro Señor y gozar la paz eterna.


Indignada la maestra por la pregunta, se dirigió a uno de los miembros del jurado, y cortésmente apeló:

- En el cielo no hay jerarquías, todos somos iguales. En la tierra es donde hay que conquistar el cielo, este es el derecho a la libertad y a la vida.

- ¡Error tremendo, error! –Dijo el cura.

Dios sabe a quienes da poder ya quienes dinero o las dos cosas. Igualar a los hombres ¡Que blasfemia, que blasfemia! Piense que mundo sería este si todos fuéramos iguales.

Iracundo el cura, dio la vuelta hacia el hacendado y le dijo:

- ¿No le decía que en su propia hacienda tenia usted una arpía endemoniada que envenena la conciencia de esos inocentes?

Razón tienen las madres en venir a darme las quejas:

“Taita, botar maestra, nuestros hijos querer más a ella”

“Taita, maestra no sirve, ni si quiera saber parir, por eso arrancamos hijos”.


Y pensar que Olinda luchaba por la unidad de sus alumnos, maestros y padres. Prudentemente, la maestra desvió el interrogatorio al niño, pasándole el cuestionario al gamonal. Este se sonrojo, se puso morado, pálido. Que compromiso miro el cuestionario de abajo a arriba. Papeles como si fuera abogado, se diría interiormente. Por fin se iluminó y preguntó al niño:

- Ya que tu maestra quiere tanto a los indios holgazanes, sabrás que tu padre me debe mucho dinero, y quienes vana terminar de pagarme son sus hijos. Te he enseñado cuales son las obligaciones para con el patrón.

El niño miró a la maestra, y quedo frió cuando ella se levantó y dio por terminado la actuación. A las pocas semanas el cura encabezaba una manifestación del pueblo para sacar a la maestra.

Y así fue montada sobre un burro, con un letrerito que le colgaba del cuello, la sacaron hasta fuera de la ciudad, mientras las campanas de la capilla repiqueteaban incesantemente. Desde lo alto Olinda miro el pueblo sus niños, el paisaje a grandes trazos semejante a un cuadro futurista y el viento que percibe no para alegrar sino para doler el alma que la mecía como un tallo en una flor. Olinda se dio cuenta no comprendía lo que le sucedía, pero cantaba con tristeza cantaba; poco a poco el cantar se marchito en sus labios mientras las lágrimas regaban sus ojos claros transparentes como una mañana de otoño en el campo.


[Adaptación del cuento “La maestra Andina”] - Autor (anónimo)

2 comentarios:

  1. Tengo una tía que se llama Olinda, no la veo hace mucho y creo que debería verla. Hay muchas personas (familia) a quienes no veo hace mucho. Ella me decía: "peinate que se hace tarde" (y así todos los domingos íbamos a misa, para asistir a una iglesia con sillas de plástico blancas y un coro donde el teclado hacía todo).

    ResponderEliminar
  2. Muy chvr x]
    A vcs es asi, mientras queremos hacer el bien y tenemos toda la intencion de dar sin recibir y de cmabiar las cosas para bien, lo demas nos acusan de tener oscuros propositos egoistas detras de nuestros actos.
    Sigue escribiendo!
    Saludos!

    ResponderEliminar