domingo, 24 de junio de 2012

De polvo y de fútbol



. . . "De un momento a otro dejábamos de ser dos, se sumaba uno más y seguíamos corriendo detrás del balón, eramos tres o cuatro, éramos cinco o seis; la cifra se incrementaba, los años iban pasando, pero la inocencia se mantenía pura, éramos todos entonces riendo a carcajadas, peleando a regañadientes, sudando caliente, respirando fútbol por los cinco sentidos, éramos lo que fuimos y fuimos los que éramos, parte de la misma historia, de la misma generación, esa del 92, alguno del 91 y uno que otro del 90, pero estábamos ahí presos de la misma pasión y gloria, de la misma medicina del alma "   


Solíamos reunirnos por las tardes después de almorzar, salía de casa con una mandarina o naranja en cada bolsillo del pantalón y una gorra para cubrirme del sol, la felicidad brotaba por mis ojos, no existía otro momento en mi vida como aquel, dónde devota de la fascinación más exquisita me vestía con zapatillas y ropa deportiva, sujetaba los pasadores con gran fuerza en los pies, y me aventaba a la sensación más bella que entonces, lo era todo, escapaba por la puerta trasera con total sutileza. 


Quién tenía el balón, era el todopoderoso. 
¿Y si no había pelota alguna? Pues la fabricábamos con papel, bolsas, trapos o cartones. 
La mayoría de veces, entre dos líderes, nos repartían a los demás como si fuésemos objetos, por turnos, después de dividirnos en dos bandos; escogíamos la cantidad de goles "3 - 6" "4 - 8" "5 - 10" significaban cambio de cancha y/o descanso y el fin del partido; colocábamos las piedras, casaquillas, gorras o lo que sea que hiciese una simulación de arco sin travesaño. 


Y así empezaba la fiesta. 
Todos corriendo tras la pelota, de un lado a otro, eufóricos, completamente asquerosos, bañados en polvo y sudor, tropezábamos y nos parábamos de inmediato ensangrentados, seguíamos corriendo, el clímax se traducía en GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL! y nos desprendíamos de las prendas superiores (como los astros en la pantalla chica), la pelota se movía de inmediato con rabia, la ilusión de transforma en cólera, nos odiábamos a rabiar, éramos enemigos y la misión era una sola, GANAR a costa de lo que fuese, con empujones y faltas o con buen fútbol y fantásticos goles. Anochecía de pronto y estábamos exhaustos, los partidos eran consecutivos y sin darnos cuenta el tiempo jugando se resumía en dos a tres horas, nos elevábamos al cielo en cada jugada, nos olvidábamos del mundo y sus estupideces, puedo afirmarlo ahora, éramos COMPLETAMENTE FELICES. 


Me enamoré del fútbol cuándo era muy pequeña, mi ilusión fue impulsada por la influencia de mis hermanos mayores quienes no hablaban de otra cosa, ellos me enseñaron a ver la vida de una forma esférica, y fue así que aprendí a suplir mi soledad infinita con adrenalina pura, las tardes dónde respiraba tristeza profunda decidí reemplazarlas por fútbol hasta desvanecer, y fui feliz, feliz cuando mis pies tocaban un balón o cuando mis ojos contemplaban un partido de fútbol en la televisión, fui tan feliz que soñaba con vivir de eso, dedicarme a eso y morir por eso; la vida y sus recovecos me refutaron tiempo después con que era imposible hacerlo, por lo menos imposible para mi. 


Mi primer amor trajo consigo experiencias sublimes, momentos deliciosos y disfrutes que tiendo a evocar con una sonrisa en los labios, me regaló una de las mejores etapas de mi vida y felicidad fugaz que se mantiene en la memoria de cada uno de quienes fuimos partícipes de cada uno de los partidos jugados, el sudor aglomerado y porqué no decirlo de las lágrimas derramadas por cada lesión, marcador en contra o pelota desinflada. 


Y es que el fútbol es así de bonito, es capaz de arrancarte de la realidad y llenarte de dicha inmensa si ganas un partido o de la tristeza más profunda si lo pierdes, pero nada absolutamente nada se compara con ser partícipe de uno, sumergirte en el campo e intentar anotar un gol en el arco adversario, y cuan valioso es lograr marcar un gol, es realmente fantástico. 


Hoy, una década después, sigo respirando fútbol por donde vaya, ya no lo practico con la misma constancia de antes pero sigo tras de él, como hace mucho, y quizás ya no vuelva a revolcarme en la tierra, pero siguen alborotándose mis hormonas cada vez que veo un tiro libro, un penal o una atajada magistral, pues sucede que solamente quién ha vivido al fútbol de verdad, desde siempre, puede entender la pasión que despierta ver un balón rozando el piso, al compás de quién lo tiene bajo sus pies, disfrutándolo, amándolo y sintiéndolo. 



Gracias fútbol por regalarme vida, 
en lugar de qué la vida me haya regalado fútbol.